*Por
Ángel Rico
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Es un hecho evidente que esta sociedad nuestra,
adormecida e hipócrita, necesita de “conmemoraciones” para que sus conciencias
se remuevan (momentáneamente) de la
enferma quietud habitual, con la que aceptan las injusticias cotidianas.
Aquellos medios de comunicación que se encargan de llevar del ronzal, de aquí
para allá y para acullá, a la ovejuna población nos han recordado que: --ha
transcurrido un año desde aquella foto (1) que conmovió al mundo, del cadáver del
pequeño Aylan (con su pantaloncito azul y su camisola roja) en las
playas de Turquía—La sociedad recuerda como un policía turco recoge con
una ternura (que es de agradecer) el pequeño cuerpo para darle la intimidad y
el respeto que todos merecemos.
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Lo que la sociedad no sabe, porque no lo quiere
saber, es que: --previamente, unos periodistas (malditos colegas) sacaron de
una pila de, macilentos cadáveres, cerca
de la mencionada playa el cuerpo muerto de un niño, y como un atrezzo se colocó
(un poco más a la derecha, no, no tanto) en la playa turca para darle fama al
fallecido Aylan, tras una sucesión interminable de fotografías que
dieron la vuelta al, hipócrita, mundo--. En aquella pila de cadáveres, también
estaban la madre y el hermano.
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Esta sociedad farsante que, a la hora del almuerzo,
mira en televisión la imagen del “Aylancito”
muerto, hicieron comentarios sobre lo
injusto de la vida, sin preguntarse:--¿por qué los que huyen de Siria lo
hacen a la alejada Europa, en lugar de hacerlo donde sus primos saudíes?
Y, sobre todo ¿por qué tienen que huir de sus casas? ¿A qué se dedicaba el
padre de Aylan? ¿El padre de Aylan era uno de los traficantes que conducía el barco que
produjo tantas muertes? Dándole la razón a, Edmund Burke: --Para que
triunfe el mal, sólo es necesario que los buenos no hagan nada--.
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Los casos de compaginación perfecta entre una prensa
que “fabrica noticias” porque “hay una sociedad que se las traga” empezó mucho
antes. Hoy me permitirán que recuerde el caso de niño Kong Nyong, en la aldea sudanesa de Ayod,
en 1993; protagonista de aquella fotografía donde “un buitre a pocos metros del
niño esperaba su ración de comida”. El fotógrafo, Kevin Carter, en lugar
de alejar al buitre esperó con calma a la realización de fotografías, una de
ellas, publicada por “The New York Times” (2) fue distinguida con el “Premio
Pulitzer de fotografía en 1994”. La presión sobre el fotógrafo hizo que,
Carter, se quitase la vida pocas semanas después de ganar el Pulitzer.
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La opinión pública, entonces, entendió la foto como
una alegoría de lo que sucedía en Sudán: --Kong era el problema
del hambre y la pobreza; el buitre era el capitalismo y Carter era la
indiferencia del resto de la sociedad--. A lo largo de la Historia, entre los jinetes
del Apocalipsis, siempre ha estado la indiferencia de los buenos, que ha
permitido que los malos tengan el camino libre para hacer aquello para los que
tienen su razón de ser.
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Volviendo al caso de Aylan, y el aniversario
de la (maldita) foto, la clase de hipócritas con pedigrí, los que se han arrogado
ser la conciencia de la adormecida sociedad, han protagonizado actos de, repugnante,
complicidad con la realidad que está matando a decenas de miles de personas, en
su camino de huída a lugares más seguros. Y, como muestra, baste el ejemplo del
ridículo circo montado en las puertas del Congreso de los Diputados, por el
partido que se sustenta de las dictaduras de Venezuela e Irán,
donde lo importante era el protagonismo del “macho alfa” de ese partido, en
lugar de frenar las causas que fuerzan que las personas huyan de sus
territorios en Siria, Libia, etc. Otro ejemplo de hipócritas con
pedigrí es: --la pieza, titulada “Rescatemos nuestro Mediterráneo”, realizada
por el Colectivo de Mujeres Cineastas y Medios Audiovisuales, que con la
canción “Mediterráneo” de Serrat pretenden que, este mar (Mare
Nostrum) no se convierta en una fosa común; sin proponer nada para que quienes
huyen de su lugar de vida, no tengan que hacerlo.
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El, hipócrita, patrón (prensa-sociedad) se sigue
repitiendo y días atrás pudimos contemplar en televisión cómo:-- se manoseaba
la imagen de Omran, el niño rescatado de un bombardeo en Alepo,
que se convirtió en el símbolo del horror en Siria—Y, como en los casos
anteriores, los “salvadores” colocan el desorientado niño en un asiento para
que pueda “dar bien en las fotos”. La sociedad, por unos minutos, tras observar
la cara sucia del pequeño Omran, critican “lo mal que está el mundo”.
Sin preguntarse ¿Por qué hay que bombardear Alepo? Y, ahí, en ese no
querer saber nada de las causas, sino solo criticar (pero poco) a los síntomas,
es por lo que el mal y la intransigencia de quienes: --no admiten la Carta
de Derechos Humanos; ni la Igualdad de hombres y mujeres; ni la libertad
religiosa de los ciudadanos y, por supuesto, tampoco la corresponsabilidad
religiosa; es decir, que defendiendo la instalación de mezquitas en Europa,
impiden, la posibilidad de que otros credos religiosos, pudieran instalarse en
países musulmanes tiene el camino libre.
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En la aceptación social de la “ley del embudo” es
donde está la prueba de la culpa compartida, entre quienes matan a la sociedad indefensa
en los países musulmanes, y quienes permiten que se mueran, --mientras se
mueran lejos—ya lo dijo, Molièr: --La hipocresía es el colmo de todas
las maldades--. Se viva en Siria, Libia o el Vaticano, y
por tanto hay que estar de acuerdo con, Joseph Pulitzer: --Las naciones
prosperan o decaen simultáneamente con su prensa-- ¡Pues eso!
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…He
dicho!
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*Es
Presidente del Instituto Hispano Luso
**Junta Directiva de APAE - Vinculada a la Federación
de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE)
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