lunes, 30 de noviembre de 2009

Trabajo concreto frente al alarmismo interesado

Por Ángel Rico Escribano *

Es un hecho evidente que la opinión pública debe admitir que cada día que pasa la humanidad necesita mayor cantidad de: “Alimentos, Energía y Agua”, principalmente porque la población mundial aumenta y, porque “los países emergentes”, (China, India y Sudáfrica) en la lógica tendencia a igualarse con nosotros, los occidentales, cada día consumen más de todo (principalmente alimentos, energía y agua)

¿Qué reacciones produce esa realidad en la sociedad mundial?

Lo primero, una mayor demanda de esos bienes y como consecuencia del aumento de la demanda, el aumento de los precios. Lo hemos podido comprobar con el precio del petróleo. Y por reacción lógica ha provocado la subida de todo lo que está relacionado, directa o indirectamente, con el petróleo. Es decir, casi todos los bienes que disfrutamos diariamente.

Lo que ocurre con la energía ocurre con los alimentos. Cada día hay más seres humanos alimentándose de la misma despensa. Ante similar oferta, cuando la demanda aumenta los precios de los alimentos suben y además escasean.

¿Qué debemos hacer ante esta imparable realidad?

Uno de los caminos es el del lamento y el de crear un escenario lo suficientemente alarmista para que el miedo propagado por ciertas asociaciones o grupos de presión “verde”, nos impida reaccionar con soluciones a los problemas y permanecer en un mantra contagioso centrado exclusivamente en el ¡se debe actuar ya!. Y esgrimir una serie de conceptos políticos (mucho ecologismo es solo una suma de respetables conceptos políticos) ajenos a métodos científicos.

El ¡se debe actuar ya!, en realidad lo que implica en la sociedad es que “otros”, “los otros”, “los verdes”, “los gobiernos” ó “la ONU” empiecen a actuar ya. Porque seguro que “ellos” saben lo que se debe hacer. Delegamos en todos ellos (en los otros) la responsabilidad de actuar ya, para que nuestra conciencia se tranquilice. Y a cambio, nos predisponemos a pagar más por los alimentos, por la energía y, a no entrar al fondo de los problemas, y por tanto, en las soluciones de los mismos.

Ese contagioso conformismo ha supuesto la apertura de una “verde caja de Pandora” que nos culpa de todos los males de la humanidad. Esgrimiendo una sucesión de demandas ecologistas, llenas de retórica política, donde la hipotética aplicación de las propuestas verdes, en la mayoría de los casos, nos llevan a la cuadratura del círculo, es decir, a lo imposible.

Y ahí, en lo imposible, es donde crecen, se reproducen y se mantienen las reivindicaciones verdes. En el mantenimiento de los problemas, en asustarnos (cuanto más mejor) con los problemas, e impedir, además, las acciones que supongan la solución de los problemas o la disminución de los mismos.

Al desgranar la realidad aparecen los “buenos” (los verdes) y los “malos” (los demás que no siguen al pié de la letra sus indicaciones). Los “buenos” son los encargados de decirnos lo que debemos comer; a qué precios deben estar los productos; lo que debemos producir; y cual debe ser el estilo de vida que a la humanidad (según ellos) le conviene.

La humanidad, es decir, la gente, solo somos una sucesión de problemas. La gente come, usa la energía y por tanto, contamina. Lo ideal para los verdes seria un planeta tierra sin gente, al menos sin los demás. Estamos demasiados en el planeta para ayudar a alcanzar la utopía verde. Responden con frases fatalistas para mantener al resto de la humanidad en la contagiosa e hipócrita incapacidad de pensar sobre el asunto. Y para conseguirlo nos amenazan con “hambrunas”, “agotamiento del petróleo”, “calentamiento global”, “demasiado CO2”, etc.

Cuando nos asustaron con el agotamiento del petróleo fósil, con las emisiones en demasía de CO2 y por tanto, con un peligrosísimo calentamiento global, una serie de entidades y personas nos pusimos a trabajar en la solución del problema. Y pusimos en marcha importantes proyectos de I+D+i, cuyo resultado fue poder ofrecer a la sociedad biocombustibles verdes a precio razonables. Principalmente el “biodiesel”.

Para ello en la Península Ibérica, se trabajó principalmente con la tierras de secano existentes y que, de forma tradicional, estaban inmersas en lo que agronómicamente se denomina año y vez. Es decir, un año se cultivaba cereal y al año siguiente se dejaban sin cultivar para permitir que esos terrenos, al ser de secano, se recuperasen para iniciar nuevamente ese ciclo tradicional de cultivos. Como alternativas, introdujimos la rotación de cultivos, de forma que en el año que tocaría dejar esos terrenos sin cultivar, se empezó a cultivar colza (principal materia prima para producir biodiesel) y que, desde el punto de vista agronómico, permitía a esos terrenos recuperarse perfectamente, al ser la colza y el cereal cultivos cuyas raíces se ubican en distintas profundidades y permiten sacar cada año uno de los cultivos, siendo agronómicamente compatibles entre si.

Así, se consiguió poner a disposición de los consumidores una energía renovable y más barata, que puede equipararse al gasóleo tradicional, y que no es dañina al medio ambiente. Colaborando, en lo posible, en la disminución del precio del resto de los combustibles. Al poner en el mercado más energía (biodiesel) se contribuye a la bajada del precio de la energía.

Por otro lado, se están consiguiendo mejoras para esas zonas rurales que mayoritariamente disponen de terrenos de secano, al permitir una alternativa que de no ser por el cultivo de la colza tienen en el barbecho o en el no cultivo, la única y deprimente alternativa.

Pues bien, cuando con nuestro esfuerzo creíamos estar ayudando a la humanidad, poniendo más energía limpia a disposición de la sociedad, ayudando al desarrollo de zonas rurales deprimidas, y colaborando con nuestros cultivos a la eliminación, por fotosíntesis, de la excesiva cantidad de CO2 existente en la atmósfera, llega un día donde nos desayunamos con la acusación del movimiento verde, de que: “con los biocombustibles estábamos siendo los culpables de las hambrunas de los países pobres”.

Tengo que confesar que si no esperábamos que nos diesen un Oscar, ni un Premio Nóbel, por nuestra contribución al bien de la humanidad, lo que no esperábamos es que nos culpasen de dejar sin comer a los pobres del mundo. ¿Qué culpa tienen los agricultores de secano de La Mancha, o de los Monegros, o de Extremadura que se han puesto a producir colza en vez de dejar sus terrenos sin cultivar, de la hambruna del mundo?. Obviamente ninguna. Porque la alternativa al cultivo de colza en los terrenos donde la estamos cultivando es el no cultivo y por tanto la nada.

Esa acusación de los verdes nos llevó a la conclusión de que este movimiento político, prefiere la nada a la colaboración, dentro de nuestras posibilidades, a la solución de los problemas que antes señalamos. La falta de energía renovable, el exceso de CO2 en la atmósfera y el calentamiento global. Porque nos han acusado, en cientos de artículos de prensa, sobre la responsabilidad de los biodiesel del hambre de las zonas más pobres del planeta. Pero, los verdes, no provocaron ni un solo artículo para denunciar que el petróleo había duplicado su precio en solo un año. ¿Por qué esta miopía? ¿Por qué es aceptable que los pobres paguen el petróleo a 100 dólares y por tanto, suba el precio de todo lo que está relacionado con el petróleo? ¿Por qué es mejor mantenernos dentro del problema en vez de hacer algo por solucionarlo?

Por nuestra parte, seguiremos aportando soluciones a los problemas, y tendremos que denunciar públicamente las actitudes encaminadas a que los problemas se mantengan en el tiempo, como estrategia fundamental de la existencia de ciertos movimientos verdes, que disponen de numerosos medios de comunicación para recordarnos todos los días que ellos son los actuales salvadores de la humanidad.

Para defender estos planteamientos en Copenhague ´09 nos veremos.

* Presidente de la Asociación de Desarrollo Rural Europa (ADRIE)

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