jueves, 7 de enero de 2010

Tras la Cumbre de Copenhague

Es un hecho innegable que la “Cumbre de Copenhague” tuvo un éxito –de hecho-- que todos podemos percibir estos dias.

Todos los miles que se convocaron en Copenhague, pretendían proponer a los gobiernos del mundo-mundial (193 países) soluciones para mejorar el “Medio Ambiente” de este planeta.

Para llamar la atención de la sociedad, en general, y de los políticos del mundo, en particular, se habló del “cambio climático” y del “calentamiento global” provocado por el hombre. Para apoyar esas teorías se hablaba del peligro que corríamos en el sur de Europa de sufrir grandes y largos periodos de sequía.

Pues bien, aquí están los resultados post Copenhague, a saber: “temperaturas invernales”, propias de la estación meteorológica en la que nos encontramos, el invierno. Y unas “lluvias abundantes”, propias de algunos de los inviernos del pasado. Incluso para adornar los acuerdos de Copenhague, la mayoría de los países europeos hemos podido contar con numerosas y copiosas nevadas.

Estos hechos, están por encima de un acuerdo no vinculante y no adoptado oficialmente por la Convención de Cambio Climático de Naciones Unidas. Donde se mantienen los 2ºC de aumento máximo de la temperatura media de aquí a 2050. La conclusión es la inadecuación del marco de la ONU al objetivo perseguido, a saber, un acuerdo internacional vinculante. Inadecuación porque, para tener éxito, el procedimiento de la ONU requiere que todo esté escrito de antemano, incluso antes de que se celebre la cumbre, cuya finalidad no es entonces sino rubricar lo acordado. Cuestión que es rigurosamente imposible cuando se hace extensivo a 193 Estados, y máxime cuando impera la regla de la unanimidad.

Para estos logros, hubo delegaciones que trasladaron a Copenhague a varios centenares de sus acólitos. Por ejemplo, los “Verdes Pacifistas”, trasladaron a Dinamarca a trescientos (sí 300) de sus miembros. Y países como Brasil a más de seiscientos (sí 600). Es de suponer que las delegaciones más numerosas, lo fueron, debido a su mayor preocupación por el planeta tierra. Y luego hubo otros muchos delegados que asistieron a Copenhague con el único objetivo de obtener para sus gobiernos golosísimas ayudas, aportadas por aquellos países que, con problemas de conciencia, se suponía que tendríamos que calmar los objetivos de numerosos países del mundo.

Los ciudadanos del mundo debemos ser conscientes, en primer lugar, del enorme coste que tuvo esta Cumbre de Copenhague, y en segundo lugar, lo absurdo de pretender acuerdos basados en que unos países tengan que pagar cantidades, que los países receptores nunca estarán conformes. Esa dinámica siempre lleva al fracaso y a la melancolía. Sinceramente, una tontería dicha en Copenhague sigue siendo una tontería.

Tengamos presente a Barack Obama cuando habló de una fecha histórica en la que, por primera vez, el planeta se ha puesto de acuerdo en un objetivo útil, no vinculante, de limitación del aumento de la temperatura.

En realidad, el presidente estadounidense sólo tendrá razón si, a partir de 2010, se pone en marcha un proceso que conduzca a los principales contaminantes del planeta a adoptar políticas susceptibles de respetar ese objetivo. Por ahora, podemos llegar a una conclusión, extraer una enseñanza y señalar una contradicción en los acontecimientos que nos han conducido a plantear tantos interrogantes sobre Copenhague. Los ecologistas van por un lado, y la climatología va por otro.

Por eso, bien venidos sean los fiascos de este tipo de cumbres, cuando la climatología demuestra que las cosas son como son, y no como los que asistieron a Copenhague pretendían hacernos ver.

Para ello, disfrutemos ahora de las lluvias y de las bajas temperaturas, propias de le época, porque cuando llegue agosto, hablaremos del notable cambio climático que ocurrirá entre las temperaturas de este mes de enero y las que vendrán en agosto.

¡He dicho!

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