viernes, 8 de febrero de 2013

Algo debimos hacer mal


*Por Ángel Rico
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En 1983, cuando la, entonces, Comunidad Económica Europea (CEE) era una entelequia soñada para los españoles, un grupo de personas –entre las que tuve el privilegio de encontrarme—nos fuimos a vivir a Bruselas para estudiar qué era aquello del “Mercado Común”. Yo, ahora, les confieso a mis hijos que, para un servidor de ustedes, con los 24 años de entonces, fue un reto vital, de enorme importancia, formar parte del equipo de los que propusimos alternativas, contra alternativas, y contra-contra alternativas, a las proposiciones que el establishment comunitario hacía, para que España formase parte del selecto Club de los 12. Se aprobó el Acta Única Europea  (AUE) en febrero de 1986, entrando en vigor el 1 de julio de 1987, un año después de la incorporación de España y Portugal.
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Para el sector “agrario” que era el que correspondía a nuestra delegación, a través del Centro Nacional de Jóvenes Agricultores (CNJA) conseguimos que, desde 1986,  recibiese anualmente 7.500 millones de euros, –sumando un total de 202.500 millones de euros—  (una barbaridad de millones de pesetas de entonces). Como argumento, cada cual en nuestro sector, utilizamos a la hora de negociar, la normativa existente en la legislación comunitaria en vigor. Soporte legislativo que ha permitido que, centenas de miles de agricultores se hayan beneficiado de la parte alícuota correspondiente, y que dichas ayudas hayan aportado cada año varios puntos al PIB nacional. Las ayudas, que conseguimos en aquel tiempo, han aportado más del 33% de la rentabilidad agraria.
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Desde entonces la Unión Europea (UE), ha incorporado 15 países más, situados en el este europeo, y quiénes han negociado la incorporación de esos países, como nosotros hicimos entonces, han utilizado la legislación comunitaria para beneficiarse de las ayudas potenciales. A saber: --quienes tengan un PIB inferior al 75% de la media de la UE actual, tendrán derecho a las ayudas—y, sensu contrario, quienes dispongan de una renta superior, --ergo España (salvo Extremadura que seguirá siendo Zona objetivo 1)--, no seguirán beneficiándose de las ayudas, pero no como un castigo político, sino porque los fondos existentes deben ir a los países más desfavorecidos. –Ese fue nuestro argumento en 1986 y, por tanto, entiendo que los colegas negociadores de los nuevos países hayan utilizado el mismo razonamiento-.
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Unos principios que debieran estar claros para todos –es digno de mérito estar fuera de las ayudas, porque eso supone que el país es más rico que los que recibirán las ayudas--. Principios, evidentes para todos, salvo para los actuales representantes del sector agrario español, y para los populistas políticos decimonónicos,  que siguen utilizando como argumento negociador aquel de: --“quien no llora, no mama”--. Por lo que, llegados a este punto, surgen los problemas diplomáticos y de melancolía, al seguir reivindicando que –el tiempo pasado fue mejor--.
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Tengo que confesarle a usted, respetado lector, que resulta sorprendente escuchar a los agrolíderes de ahora, esgrimir los argumentos utilizados por nosotros, un cuarto de siglo atrás: –“La culpa es de los intermediarios”, “Ellos ponen el precio de lo que pagamos por lo que compramos, y de lo que cobramos por los productos que vendemos”, “Sin las ayudas (7.500 euros/año) habrá que abandonar el campo” etc. — Porque las cosas, en veintitantos años, han cambiado. Ha cambiado la demanda de alimentos de la ciudadanía de la Unión y, por tanto, debe adaptarse la oferta de alimentos a la demanda de estos tiempos.
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Los que viven de la agricultura  hoy, por edad, deben ser los hijos de los que eran agricultores y ganaderos, cuando España se incorporó al Mercado Común en 1986; siendo inconcebible que en la actualidad, donde los teléfonos móviles e internet han entrado en nuestras vidas, incluso hemos enviado el Curiosity a Marte, para que aporte datos de cómo es aquello, en una economía global; estos profesionales de la subvención sigan basando la rentabilidad de su profesión en las ayudas del pasado que reciben ellos y pagamos todos, apoyados en la creencia que esas ayudas serán eternas.
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Los que hicimos, de 1986 a 1993, miles de kilómetros por España, para explicar las características y condiciones de la pertenencia a la CEE, a los padres de los agricultores de hoy, debimos hacerlo mal, porque los hijos de los profesionales de entonces, confían la rentabilidad de sus explotaciones a las ayudas provenientes de los presupuestos comunitarios, más que a los frutos de proyectos de I+D+i enfocados a las exigencias de los consumidores. --Al creerse que las ayudas que reciben de la PAC serán eternas— Dedicando más esfuerzo a “cultivar subvenciones” que a estudios de mercado que adecúe la oferta a las exigencias de la demanda.
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Los políticos populistas deben tener  coraje para decirle a los agricultores, no lo que aquellos quieren oír, sino  como es el escenario de la UE que exige que todos –los agricultores también— adapten su realidad productiva, a las características que requieren los consumidores, de forma similar a como lo han hecho el resto de sectores productivos de la economía europea. En caso contrario, los políticos aparecerán como parte del problema, cuando las ayudas se acaben, --porque se acabarán, como se ha visto en la Cumbre de la UE que se está celebrando en estos momento-- y los agricultores comprueben que sus estructuras productivas están totalmente atrofiadas y por tanto, moribundas.
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…He dicho!
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*Es Presidente del GEA & GEA

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