sábado, 27 de febrero de 2010

Los Unos y los Otros. Cuentos de hoy

Por Ángel Rico*

Érase una vez, Upeidópolis, un lugar del cerebro colectivo, donde todavía cabía el romanticismo. En Upeidópolis, gobernaba una reina, el idioma oficial era el latín, y el himno nacional era la entonación cantarina del “rosa rosae”.

La forma política del Estado Upeidópolo era “la democracia regulada”. La constitución upeidópola era un documento de partida, nunca de llegada y en las elecciones internas, lo habitual era que Uno de los contendientes fuera además de parte, juez. Y en las campañas electorales, solo podía hacer campaña el equipo número Uno, que era quien debía controlar el censo electoral y, mediante el consejo electoral propio, interpretar las normas. Pudiendo aplicar una cosa o la contraria, para mayor beneficio de los Unos.

Los Otros, eran el grupo social más numeroso, creyentes en la democracia participativa interna que no podían practicar, bajo penas de expediente individual ó colectivo. Los upeidópolos no podían hablar entre sí en campaña electoral. Solo estaba permitido expresarse a través de la traducción de los Unos, que eran quienes tenían el encargo de redactar, y no siempre, normas para ello.

Una vez establecidas las normas por los Unos, donde se fijaban los plazos y características de las mismas, estas (las normas) podían no cumplirse, si así lo consideraban los Unos. Los seguidores de los Otros, se concentraban en plazas y lugares públicos abiertos, pero sin hablar entre si por haberlo prohibido los Unos, tratando que las ideas políticas de sus seguidores pudiesen transmitirse por esporas, porque otra forma de transmisión estaba prohibida.

Hubo, incluso, quién recurrió a la colombofilia, para tratar de enviar sugerencias y pensamientos. Pero se demostró un recurso no demasiado efectivo, porque también estaba prohibido conocer los domicilios donde las palomas debían llevar los pensamientos y sugerencias. Por ser demasiado peligroso para las palomas, descartaron esta posibilidad.

Los días de elección interna, las mesas electorales siempre estaban presididas por uno de los Unos, mientras que los Otros solo eran observadores que nada podían observar. El sufragio se efectuaba de forma electrónica y, volvían a ser los Unos los encargados de comunicar a los Otros, cual era el resultado final.

No importaba que los Otros hubiesen contado 38 votos en alguna mesa electoral, si los Unos decían que habían votado 40, pues se contabilizaban 40. Y así continuaba la vida en la romántica y democrática Upeidópolis.

Los ciudadanos no adscritos, admiraban el romanticismo participativo de los Otros que, aún así, seguían creyendo en el bien de la mayoría del pueblo. Porque, como ocurrió en el juicio de Salomón, lo importante era el colectivo no una parte. Y siguieron participando, dentro de las normas establecidas por los Unos, en la vida política de Upeidópolis en la creencia de que al final la razón y la justicia general prevalecería.

Los Unos no miraban a los ojos de los Otros, para que estos (los Otros) no pudieran leerles aquello que se decía en otro cuento: “…quien se pica ajos come”.


* Otro demócrata convencido

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