lunes, 26 de julio de 2010

A su Majestad el Rey (IV)

Por Ángel Rico *
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Señor:
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Igual que gran parte de los ciudadanos del reino de Vuestra Majestad, España, siento una gran inquietud tras Vuestras palabras en la ofrenda, “en nombre de todo el pueblo español”, ante la imagen del apóstol Santiago, patrón de España. De una España (concepto discutible y discutido) en la que no cree el primero de Vuestros Ministros, junto con gran parte del Consejo.
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Es coincidencia general en la ciudadanía, que vivimos tiempos difíciles y complejos en España, donde no solo la Ley ha dejado de tener importancia, al no cumplirse cuando políticamente no interesa, sino que la propia Constitución ya no es la pieza clave del ordenamiento jurídico en España.
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Nuestro país, dijisteis a Santiago: “ha forjado en las últimas décadas, gracias a la voluntad de entendimiento y al esfuerzo de todos, una de las etapas más fecundas de su Historia: la más larga en términos de democracia y libertad, con una moderna articulación territorial, al tiempo que la más intensa en crecimiento económico y bienestar social” (sic) Lo cual fue cierto, hasta que Vuestro Primer Ministro, utilizó como fórmula de gobierno “el fin justifica los medios”. Y en esta situación nos encontramos.
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Por eso resulta sorprendente que Vos, Majestad, deleguéis en “Santiago, el Mayor, hijo de Zebedeo” (Mc 1,19; 3,17; Hch 12.2), patrón de España, la responsabilidad de: “conservar y mejorar día a día lo mucho que hemos conseguido, así como a promover el diálogo y el consenso, la tolerancia y el respeto mutuo, el amor a la justicia y a la equidad”, cuestiones que la Constitución atribuye a Vos, como Jefe del Estado y, a Vuestro Gobierno.
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Resulta poco ejemplarizante, y éticamente poco edificante que Vos, Señor, a quien el artículo 56 de la Constitución, asigna una serie de atribuciones referidas a “la unidad del Estado”, “moderar el funcionamiento regular de las instituciones” deleguéis tal responsabilidad en Santiago para que “Ilumine a nuestras autoridades y responsables políticos, económicos y sociales para que sirvan con generosidad al interés general y favorezcan siempre la cohesión y el entendimiento entre todos, atendiendo con eficacia a los problemas de nuestros ciudadanos”.
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No quiero parecer descreído, Señor, pero el futuro de España es tan preocupante que, a mi juicio, no es suficiente implorar que Santiago haga por Vos, lo que Vos no hicisteis por Vos mismo. Y ahí es donde me embarga la preocupación para “reforzar los pilares de nuestra convivencia en libertad en torno a las reglas y principios que nos hemos querido dar”, no es suficiente una plegaria, sino el ejemplo y seguimiento constante para que nadie, y menos que nadie Vuestro Gobierno, incumpla “las reglas y principios que nos hemos querido dar”, es decir “la Constitución”.
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En estos momentos, Señor, la mejor manera de “superar las dificultades” es impidiendo que, desde las instituciones del Estado, las dificultades aumenten por reivindicaciones injustas de territorios concretos, o por incumplimientos descarados y públicos de las Leyes y, de lo que sentencian los Tribunales. Actitudes del Gobierno de Vuestra Majestad, poco ejemplarizantes para el pueblo callado, que con los impuestos permitimos el sostenimiento de España que, no debe ser, un concepto discutible y discutido.
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Porque más grave que las dificultades derivadas de la crisis económica, es la crisis de la Organización Territorial del Estado, y cuando no se cree firmemente en el Estado, resulta estéril pedir a los ciudadanos esfuerzos adicionales para superar la crisis, al no transmitirse desde el Gobierno de Vuestra Majestad, los elementos de cohesión que aseguren la solidaridad entre los territorios de España.
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Llegado a este punto es obligado volver a la Historia. Recordad, Señor, que nunca fue bueno para los reyes estar más pendientes de sus gobiernos, que del pueblo mal gobernado por este. Porque en todos los casos (en todos) hay una chispa que prende el descontento, pasándose en ese momento de una pitada por un “retraso al concierto”, a entonar el “mañana España será republicana”. Sería bueno que nos volvamos a ilustrar por lo ocurrido a Vuestro ilustre abuelo, Alfonso XIII, así como a Francisco José I, ó Nicolás II, y Luis XVI. Es decir, “De ninguna manera conviene que el rey yerre; más si ha de errar, menos escándalo hace que yerre por su parecer que por el de otro” (Don Francisco de Quevedo)
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En relación a Santiago, no tanto por carecer su figura de verosimilitud histórica en España, sino porque es de justicia: “encargar a Dios lo que es de Dios, y al Cesar lo que es del Cesar”.
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En Ciudad Real a treinta y dos años, siete meses y veintiséis días de la VIII Constitución Española. *
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* Constituciones:
Constitución de Bayona, 1808
C. E 1812
C. E 1837
C. E 1845
C. E 1869
C. E 1876
C. E 1931
C. E 1978

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